¿Dónde
se perdió el sueño?
Recuerdo el poema que recitó
Alejandro Ulloa, aquel famoso actor español del siglo pasado, en la entonces
Universidad de Santo Domingo, en cuya Aula Magna interpretó el papel del
protagonista en la obra “Milagro”, que arrancó aplausos de pies a los
asistentes a la velada teatral.
Esa tarde de 1957, de la
cual no se imprimió programa alguno, Alejandro Ulloa recitó aquel poema del
indiano que regresa a España y busca a la que fue su novia. El poema evoca la
ternura de ese primer amor que convierte el capullo en flor, pero ella no
esperó y él al enterarse de que se había casado le dice que sus sueños fueron: ¡Pamplinas,
figuraciones que inventan los chavales! Después la vida se impone: tanto
tienes, tanto vales...
Aunque los científicos que
estudian la mente y el comportamiento realizan nuevos descubrimientos sobre la
conducta humana, cada día es más profundo el desconocimiento que tenemos sobre
hacia dónde va una persona, cuál será su conducta, cuál es el mejor modo de
educar a los niños, por ello debemos tomar en cuenta la extraordinaria y
profunda lección del filósofo y humanista doctor Albert Schweitzer quien a la pregunta
sobre el mejor modo de criar un niño respondió: con ejemplo, con ejemplo, con
ejemplo.
Me preocupa profundamente lo
injusta que es la organización social que aplaude a la novia que olvidó al que
se fue a buscar fortuna para ofrecérsela y él en un gesto de rabia contenida le
dice que, al fin y al cabo: después la vida se impone, tanto tienes, tanto
vales.
La generación que sufrió el
trujillaje desde su nacimiento hasta su desaparición tenía un sueño: construir
una sociedad donde la democracia, la libertad, la integridad, la honradez, la
moral, el respeto al derecho ajeno, la igualdad de oportunidades, fueran conquistas
permanente del pueblo dominicano.
Por ese sueño esa generación
fue a las cárceles a sufrir torturas inenarrables, después a las montañas,
luego conspiró para reponer la constitucionalidad vulnerada, más tarde fue
capaz de enfrentar con el pecho los tanques, los morteros, los fusiles de
última generación al combatir a los invasores norteamericanos. Ello permitió el
despertar de una camada de jóvenes dispuestos a hacer realidad los propósitos que
pregonábamos aún a costa de nuestras vidas.
¿Merecía esa generación ser
sucedida por una que, como en el poema, cree que “después la vida se impone:
tanto tienes, tanto vales”? Ese no fue el ejemplo que le dimos. Me pregunto
¿fuimos nosotros quienes creamos esta generación a la cual se le canta en la
plaza pública, un aire que reza: ladrón, ladrón, ladrón, ladrón, ladrón? Que,
por cierto, se escribe con L de ladrón
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