Administrar el éxito
Se
cita al filósofo español José Ortega y Gasset como el pensador que en 1910
sentenció: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado
inmediato inferior, porque han sido ascendido hasta volverse
incompetentes".
Cincuentainueve
años después el profesor Laurence J. Peter en su libro “El principio de Peter”
desarrolló la misma idea al escribir: "En una jerarquía, todo empleado
tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”
Ambos
pensadores hablaban, tangencialmente, de lo difícil que es lo que llamo: “la
administración del éxito”.
La
propaganda decía que Charles Atlas, el hombre mejor desarrollado del mundo en
ese entonces, creador del método de ejercicios que llamó “tensión dinámica”,
había sido un alfeñique de menos de 100 libras acicateado por un musculoso y
fortachón engreído que lo ninguneó delante de su novia y él se dispuso a
ser tan fuerte o más que quien lo había ridiculizado.
Charles
Atlas había logrado triunfar luego de ingentes esfuerzos que implicaban
constancia, metas definidas, aburridas y repetitivas sesiones de ejercicios
para desarrollar unos y otros músculos, lo cual le permitió escalar posiciones
en la jerarquía de los fisiculturistas.
Cuando
obtuvo el galardón como el hombre más perfectamente desarrollado, había subido
la jalda paso a paso, sabedor de que el mejor modo de llegar a la cima es con
trabajo, en una palabra: estaba preparado para manejar el éxito.
Cuando
Doroteo se sacó el Premio Mayor de la Lotería, compró un caballo de presencia
impresionante, bueno para paso fino o para cualquier tipo de carrera a corta,
media o larga distancia, lo enjaezó con toda suerte de objetos de llamativos
colores y ordenó una silla repujada por los mejores talabarteros de la región
Este.
Doroteo
se fue en enero para las fiestas de la Virgen de la Altagracia y desde entonces
no se perdió una noche de vela, un cabo de año, unas fiestas patronales. El
éxito se le fue a la cabeza y poco después vendió el caballo, lo botó la mujer,
perdió la casa y se arrimó a una esquina con un sombrero roto, descalzo y sin
dientes, a pedir limosnas por el amor a Dios.
Siempre
recuerdo la caída de Cutá Pérez, aquel magnífico lanzador que se perdió en el
maldito mundo de las drogas. Igual le ocurrió a Dwight Gooden, excelente
lanzador de los Mets de Nueva York: las drogas terminaron temprano con su joven
y ascendiente carrera. Ambos fueron víctimas del éxito súbito.
Lo
de Marta Heredia es otra demostración de lo difícil que es administrar el
triunfo, a veces estar a piquera del éxito sirve como enseñanza para aprender
administrar el aplauso del público, el reconocimi9ento y la bonanza económica.
¡Qué pena!
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