La desinformación
Nunca he creído que cualquier tiempo pasado
fue mejor, el tiempo bueno es éste, el que vivimos, el de hoy. Lo que hemos
hecho hecho está y no lo podemos modificar, de ahí que el tiempo bueno sea
éste, el mejor tiempo, porque estamos en el escalón conquistado por nuestros
esfuerzos y luchas por construir un mundo mejor
No creo en quejas lastimeras de gente que
vive en el tiempo de “si mi abuelo no hubiera muerto estaría vivo”. Las hojas
secas que ruedan por el suelo, empujadas por el viento, jamás engalanarán la
copa de los árboles.
Lo llevo dicho y no me cansa repetirlo, desde
siempre me he nutrido con la sabiduría contenida en los periódicos escritos y
he tenido mucho respeto y cuidado con las informaciones que se publican.
La lectura de la prensa en las primeras horas
del día permitía a los lee periódicos estar informados sobre el acontecer
nacional y mundial
Lo más importante de la lectura de los
periódicos era, (obsérvese bien, era) que las informaciones publicadas en la
prensa eran sometidas a una cuidadosa vigilancia en lo referente a estilo y
gramática, veracidad histórica y corrección y cuidado al citar nombres y
posiciones de las personas.
Entonces, en el pasado, la gente aceptaba
como cierto el contenido de las noticias lo que convertía al periódico en una
invaluable fuente informativa que contribuía a la formación cultural de las
personas.
La expresión “es cierto, salió publicado en
el periódico” era una demostración de cuánta credibilidad y respeto tenía el
público por la prensa escrita.
El periódico, era una biblioteca condensada
donde se encontraba todo tipo de información, incluyendo las exageraciones y
mentiras de publicidad engañosa que nunca falta, hasta los avisos judiciales y
la gran cantidad de datos contenidos en los avisos clasificados. Toda esa
información nutría a profesionales y estudiantes, a maestros y alumnos, a las
amas de casa, a los policías y militares a jueces y reos.
Veteranos correctores de estilo y de pruebas
revisaban todas las informaciones antes de que fueran a manos de los jefes de
redacción para su autorización final.
Esos correctores, esos revisores, son cosa
del pasado, cuántos gazapos y desaguisados atajaron en su ímproba labor de
enderezadores de entuertos.
La conspiración para silenciar las glorias de
la Guerra de Abril de 1965 ha llegado tan lejos, que esta semana leí en un
diario de circulación nacional, que los coroneles Rafael Tomás Fernández
Domínguez y Francisco Alberto Caamaño Deñó encabezaron la lucha armada en los
combates por el restablecimiento de la Constitución de 1963.
El periodista que escribió la nota no sabe
cuánto daño hizo a los jóvenes que confían en la veracidad de lo publicado en
los diarios.
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