Biografía

Nació en Sabana de Chavón, La Romana, el 9 de Noviembre de 1937. Estudió derecho y periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue cónsul en La Guaira, Venezuela y viceministro de la Presidencia del gobierno que encabezó el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Ha publicado ensayos sobre el origen del merengue y la narrativa dominicana. Es autor de los libros “Cuentos del Abuelo Julio”, “La ciudad clandestina y los secretos del General” y una novela llamada “Al final del arco iris” (1982). Sus cuentos “A partir de esta noche” y “Sonámbulo” fueron premiados por el Movimiento Cultural Dominicano y Casa de Teatro, respectivamente.

Inició y dirigió por muchos años, el suplemento “Cultura” del periódico El Nacional de ¡Ahora! “Cultura” pronto se convirtió en vocero de voces dominicanas nuevas. “Cultura” estaba abierto a todas corrientes literarias, a diferencia de otros suplementos culturares que existieron (y quizás todavía existen) en la República Dominicana, que eran “mafias literarias” para exponer puntos de vista, tendencias literarias que eran defendidas y/o promovidas por esos “intelectuales”.

Su prosa es precisa y sus temas son en general sociales. Escribió un cuento breve que está entre los cinco o seis mejores cuentos breves escritos en español

sábado, 14 de septiembre de 2013

Con novedad en el frente



Con novedad en el frente

Erich María Remarque escribió dos novelas sobre la guerra muy celebradas: la primera termina cuando el protagonista es muerto en servicio. Al otro día, el parte de guerra decía: “sin novedad en el frente”, título de la primera novela. La segunda se titula “Tiempo de vivir, tiempo de morir”.
La peor parte de una guerra, desde el punto de vista humano, es que las acciones y los hechos hacen mella en nuestro corazón, nos endurecen. Llega un momento, como en el claroscuro del atardecer, en que la vida pierde una buena parte de su valor. No se sabe en qué momento, en qué lugar, a qué hora una bala puede atravesarnos la cabeza y congelar nuestra palabra en el momento en que decíamos: te a y el balazo no nos permitió decir “te amo”.
Es como si los horrores de toda guerra se dulcificaran, como si lo importante fuera vivir el momento, como en la segunda novela de Remarque: Tiempo de vivir, tiempo de morir”. Ese instante que puede convertirse en eterno, en un recuerdo imborrable o por el contrario puede apagar la luz del cirio de la vida.
En una guerra se vive para buscar la paz, se combate en busca de vivir mejor, porque estamos acostumbrados a la vida, pero nos horrorizamos ante la muerte que es el más insondable misterio a que nos enfrentamos.
Los horrores de la muerte no se sufren el primer día, ni lo sufren los soldados enfrentados, ni aún los percibe la población civil antes de ver cuerpos despedazados, muertos tirados en cualquier acera o esquina o azotea de un edificio o en el campo donde se producen las batallas.
Los horrores de la guerra nunca logran mermar nuestro asombro ante la intolerancia, la estupidez, las ambiciones desmedidas, la ignorancia que lleva a unos hombres a dirimir sus diferencias matándose entre ellos.
No permitamos que nos acostumbren a la violencia y la muerte. Nadie sabe cuántos ciudadanos viven bajo un régimen de terror difuso, pero presente, que los hace desconfiar de todo y de todos.
“La muerte de cualquiera me afecta porque me encuentro unido a toda la humanidad, por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti” escribió John Donne.
La prensa publicó, en una pequeña nota, el horror que provocó la muerte de una jovencita que se arrojó de un autobús en marcha, porque el conductor no detuvo el vehículo cuando ella lo solicitó.
Ese temor difuso se convierte en realidad, siega la vida de una, dos, tres, personas y nadie actúa. Nadie protesta. No se levanta el clamor público. Falta que nos unamos para detener la carrera del terror que nos conduce al abismo.

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