Biografía

Nació en Sabana de Chavón, La Romana, el 9 de Noviembre de 1937. Estudió derecho y periodismo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue cónsul en La Guaira, Venezuela y viceministro de la Presidencia del gobierno que encabezó el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó.

Ha publicado ensayos sobre el origen del merengue y la narrativa dominicana. Es autor de los libros “Cuentos del Abuelo Julio”, “La ciudad clandestina y los secretos del General” y una novela llamada “Al final del arco iris” (1982). Sus cuentos “A partir de esta noche” y “Sonámbulo” fueron premiados por el Movimiento Cultural Dominicano y Casa de Teatro, respectivamente.

Inició y dirigió por muchos años, el suplemento “Cultura” del periódico El Nacional de ¡Ahora! “Cultura” pronto se convirtió en vocero de voces dominicanas nuevas. “Cultura” estaba abierto a todas corrientes literarias, a diferencia de otros suplementos culturares que existieron (y quizás todavía existen) en la República Dominicana, que eran “mafias literarias” para exponer puntos de vista, tendencias literarias que eran defendidas y/o promovidas por esos “intelectuales”.

Su prosa es precisa y sus temas son en general sociales. Escribió un cuento breve que está entre los cinco o seis mejores cuentos breves escritos en español

sábado, 7 de septiembre de 2013

El padre Mejía le dijo



El padre Mejía le dijo
Hay que felicitar al cardenal por su responsabilidad en casos de curas

Mi prima Alba Gautreaux era una buena gallina. Las facciones de su rostro no tenían la armonía y el brillo de lo que se llama una mujer bonita. Alba era una militante y fiel cumplidora de sus obligaciones en la congregación femenina de las Hijas de María.
Aquella tarde llegó corriendo acezante, con el rostro cubierto por el arrebol de la vergüenza. Era un mar de lágrimas. Se arrojó en los brazos de mi madre y dijo quejumbrosa: Nievecita, el padre Mejía se me acercó en el claroscuro de la hora de las dos luces y me dijo, “Albita, me gustas de los hombros para abajo”. Yo tenía ocho o nueve años de edad.
Años después trabajé como Maestro de la cárcel pública de Barahona. El sargento del ejército, a cargo del recinto, era uno de los hijos de ese padre Mejía que ejercía en El Seibo y ofendió a mi prima Alba con su comentario destemplado. Nunca le conté el incidente a Mejía.
Con los años me enteré de que muchos sacerdotes dominicanos no tenían hijos, tenían “sobrinos” cuyo ADN habían contribuido a conformar.
De uno que otro cura y obispo se dice que tiene mujeres, que tiene hijos, pero como dijo el indio Duarte en su poema, su hija resultó preñada en el tiempo que el toro saltó la cerca en busca de la vaca. La naturaleza animal tiene más fuerza que la educación, la mesura y el respeto a las convicciones.
La iglesia Católica es una institución que durante siglos, acostumbrada a los amplios y profundos vericuetos del poder, decidió lavar la ropa sucia en casa, por ello ha maniobrado trasladando obispos y curas para sustraerlos de la justicia civil y procesarlos bajo las leyes del Vaticano.
En el siglo pasado la iglesia católica de Estados Unidos pagó cientos de millones de dólares para evitar la justicia ordinaria y en otros casos por condenas de los tribunales civiles
El padre Ratzinger, Benedicto XVI y Juan Pablo II, en su momento protegieron a curas y obispos que cometieron delitos sexuales.
Hay que felicitar a Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez por su responsabilidad ante los casos actuales de pederastia y violaciones de niñas y niñas.
La justicia nacional, al juzgar al ex nuncio y a los sacerdotes acusados, debe tomar en cuenta que “Un niño es abusado haya o no haya habido actividad que involucre fuerza explícita, haya o no haya habido contacto genital o físico, haya o no haya sido iniciado por el niño y exista o no exista un resultado dañino discernible. (Conferencia Episcopal de Canadá. From pain to hope, 1992 p.20” Tomado de la obra “Pederastia en la Iglesia Católica”, de Pepe Rodríguez.

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